...Cuando algunos de mis hombres gozaban de una de las mujeres que habíase exhibido alegremente a cambio de favores, uno de los oficiales se sublevó logrando quitar un sable a uno de mis navegantes, Jacques Tavernier, hiriéndole en su brazo derecho.
Mi segundo, Michel de Grammont, lo enfrento temerariamente siendo herido también con destreza por parte del Alférez español Agustín de Ávila, quien quizás por su juventud lo arriesgaba todo por una mujer.
Saltaron Philippe Bequel, segundo navegante del “Sables d’’ Olonne”, y Jean Bart, timonel, con sables prestos a acabar con la esgrima exhibida, y lavar la insensatez con la sangre del joven oficial hispánico, pero un silbido mío detuvo sus acciones, y al ver a mi “Sentiment” en mi diestra, retrocedieron dándome paso al combate.
No sería mayor que yo, que a la par contaba con diez y seis años, y era menor que la mayoría de mis hombres, pero más diestro con las armas y más brutal.
De Ávila no se amilanó, por el contrario me presentó el sable, un Alfanje, a la manera de lance y esperó mi aproximación. Yo veía un estilo agradable en su presentación que llamó mi atención y curiosidad, provocando mi simpatía hacia su humanidad.
El Rapier (estoque) difería de las espadas más antiguas en que no se trataba de un arma militar, sino de uso civil. Tanto el Rapier como la Schiavona italiana desarrollaron la cruz en forma de cesta para proteger la mano. La mayoría de los hombres ricos y oficiales militares portaban una.
Alfanje era un término castellano que provenía del árabe hispánico al-janyar, que significaba 'el puñal', y designaba una espada de hoja ancha y curva, con filo en un sólo lado (o contrafilo en su último tercio) que durante la Edad Media y aun todavía se empleaba en la Península Ibérica, buena parte del Mediterráneo y sobre todo en Italia. En castellano vulgar antiguo también se le conocía como "terciado".Todo esto pasó por mi mente en segundos, mientras de Ávila me escudriñaba con curiosidad pero sin miedo. Podía verlo en sus ojos. Me veía en él. Y así, lo ataqué con estocada directa, luego de haber presentado mi espada, tal cual hubiera hecho él.
La voz de Labat en el Castillo de Clos seguía en mi mente: El lapso de tiempo transcurrido entre la extensión del brazo y el fondo debe ser mínimo, para evitar un ataque sobre la preparación por parte del adversario, ya que anticipa al rival la ejecución de un ataque.
El pie de adelante inicia su fase de lanzamiento levantando la punta del pie y no con el pie plano o levantando el talón, ya que esto último produce una gran elevación de la pierna y su salida se hace en dos tiempos.
La salida de las piernas no debe anticipar la salida del brazo, porque se posibilita la salida del adversario en contraataque. El pie de adelante debe caer apoyándose con el talón y no caer con la planta o punta del pie ya que no frena el fondo.
El pie de atrás debe permanecer lo más plano en el piso para tener un buen punto de apoyo y por tanto dar impulso, aceleración y equilibrio.
Cuando finaliza el fondo, el tronco debe permanecer lo más cerca de la vertical.
Después de realizar el fondo, el regreso a la guardia se puede hacer hacia adelante o hacia atrás.
Por supuesto, el regreso de mi guardia era agresivo, hacia adelante sin dar tiempo a réplica. De Ávila utilizaba su capa con la mano y el brazo izquierdo para parar y protegerse como un escudo, típico de la escuela española del siglo XVI. Tras cruces de espadas innumerables y fulminantes, realicé una flecha, una extensión del brazo seguido de un desequilibrio del cuerpo hasta tocar al adversario. Lo hice hiriendo su mano derecha, que dejó caer su Alfanje con la empuñadura ensangrentada.
Mis hombres no lo podían creer. Me habían vista acabar con más de un centenar de enemigos cuerpo a cuerpo en las distintas batallas que habíamos peleado, sin contar los fenecidos a tiros de pistola que casi igualaban la cifra anterior, y he ahí yo, mostrando compasión por un igual.
De Ávila sacó un pañuelo que cargaba en su casaca, y se ató la herida tan rápidamente, como levantó el al-janyar del arenal con su siniestra. Me volvió a presentar su sable, ante mi mirada de asombro por tan arrojado contrincante. Qué decir de mis semejantes, boucaniers compatriotas en su mayoría, que jamás habían presenciado tal espectáculo. Incluso el Almirante Morgan se había acercado a ver el lance. Los ingleses corsarios ya apostaban a mi favor, por la muerte del Alférez.
Devolví la presentación con mi “Sentiment”, y sin esperar su postura, realicé una Balestra. Desde la guardia desplacé el pie avanzado; como en el paso adelante, el pie de atrás recuperó la distancia, aterrizando de forma simultánea con el pie de adelante.
Estos movimientos estuvieron interrelacionados con el fondo, que se inició con el pie de adelante e inmediatamente el pie de atrás hizo contacto con el piso.
Con destreza de su parte, de Ávila entrecruzó su espada infinidad de veces, pero retrocediendo constantemente ante mi inusitada habilidad. Ya no tenía manera de usar su capa como defensa. Fue entonces que decidí terminar tan peligroso juego de mi parte, y, muy a pesar de mis pares ingleses, me comporté como buen francés en contra de sus apuestas, y realicé un Salto, consistente en un desplazamiento simultáneo de los pies hacia adelante realizándolo con el impulso sincrónico de ambos pies, pero aterrizando juntamente en los dos pies, teniendo equilibrio y manteniendo las piernas flexionadas.La estocada imitó mi anterior, obligándolo a dejar caer el Alfanje por segunda vez de manera ensangrentada. Inmediatamente apoyé la punta de mi “Sentiment” a la altura de su corazón, y el Alférez alzó sus manos en señal de rendición. Mis compañeros esperaban una estocada final, y su muerte; pero en cambio, baje mi espada y la enfundé mientras lo abrazaba lateralmente preguntándole por los nombres de sus maestros de esgrima, mientras yo mismo le vendaba su mano izquierda con mi propio pañuelo al que empape de ron, ofrecido de una botella que me alcanzaba mi segundo, primer oficial Michel de Grammont...